La mañana

Hay días en que lo único que quiero al despertarme es escuchar el silencio del campo. Pero hay otros en los que sólo quiero escuchar el sonido del clarinete de Doreen Ketchens subiendo hasta el balcón de mi casa en Barracks Street desde alguna esquina de la ciudad. Casi nunca encuentro el disco en el primer intento y comienzo a buscarlo, todavía en ayunas, adormilada, con la angustia que produce buscar algo que uno sabe que si se pierde es casi imposible de recuperar. Quiero escuchar en mi mañana de Balvanera cómo suena el clarinete de esta mujer que hace estremecer el instrumento, sentada en una banqueta de lona o una silla de plástico en la vereda de una esquina cualquiera, por ejemplo la de Toulousse y Royal Street. Quiero escuchar como convierte en música de Nueva Orleans todo lo que toca, incluida una versión única, irrepetible, de Summertime. Esa música me acompaña siempre aunque hace años que no vuelvo a la ciudad, años que no circulo por sus bares ni cruzo el río en dirección a Algier

Atravesar ese puente, en ese punto, provoca una sensación de final y de comienzo, tiene una brusca manera de depositar al que lo transita en un lugar absolutamente diferente del que partió. Algier es –o era– una ciudad proletaria, derrumbada por la pobreza. Los edificios parecen cárceles al aire libre, enormes extensiones de bloques de departamentos con ventanucos, parecidos a todos los proyects que he visto en ese país, pero más tristes.

Encuentro el disco de Doreen, lo hago sonar en el viejo aparato de la cocina y me dispongo a cruzar el puente. Estamos frente a un barrio entero -tiene alrededor de seis manzanas- de casas rodantes que no ruedan sino que están allí inmóviles, con sus buzones de correos para la correspondencia, con sus perros, con sus jardincitos delanteros. Le pido a Harry que detenga el coche. Bajo y empiezo a caminar sin rumbo buscando algo indefinido, buscando quizá una casa rodante que funcione como escuela o como iglesia o como almacén o como algo que le dé similitud de barrio a esto que parece una estación terminal en el medio de un espacio vacío. Sigo mirando los diseños de las cortinitas de los ventanucos y las pequeñas artesanías con diferentes gamas de enanos y animales en los jardines. Los espacios para tender ropa son simétricos. Es un barrio de blancos en medio de una ciudad donde la mayoría de sus habitantes descienden, en línea directa, de esclavos africanos. Hay capas de sufrimiento en Algier y eso se percibe en el aire. Unos niños pequeños, muy delgados, dan vueltas en círculo con sus bicis hasta que el mareo los derriba, los tira al suelo. Son tres. Corro hacia ellos para ayudarlos pero una mujer joven con el pelo teñido de rojo brillante aparece detrás de las sábanas y me pide a gritos -en realidad me ordena- que no los toque. Me detengo tan bruscamente que casi pierdo el equilibrio. Los chicos siguen en el piso, con temor a moverse. Uno de ellos tiene un parche en el ojo y los otros quedan tendidos, tiesos, como si estuvieran muertos. Pero están vivos: la mujer los arrastra hacia la caravana en completo silencio. Los cuerpos pequeños responden como marionetas a los movimientos bruscos de la mujer -que no deja de mirarme- pero no hablan, no gritan, no lloran. Antes de que los cuatro desaparezcan por una puerta lateral pequeña, casi invisible, Harry ya está a mi lado rogándome que regrese al coche. Hay reproche en su pedido. Miro por última vez las pequeñas bicicletas abandonadas en la huida. Vi un paisaje de casas como vehículos que funcionan a recuerdos, como diría Leonard. Salimos del barrio despacito, como si no quisiéramos despertar a nadie aunque sea plena tarde. Vamos al Old Point, un bar ruinoso cerca del puerto: no recuerdo lo que tomamos, no recuerdo siquiera si hablamos, si tuvimos alguna conversación. Recuerdo vagamente el río, una curva de agua que se va oscureciendo. Allí se acaba todo.

Balvanera, 2019.

 


10 comentarios on “La mañana”

  1. Lucia dice:

    Amo los personajes que tocan y escuchan el clarinete. Mi padre tocaba y tengo de recuerdo el instrumento. Hermoso relato cris

  2. Cris, no solo me gustó, sino que además debo agradecer haber descubierto tan maravillosa clarinetista.- me enamoró Sommertime en su versión, y la historia del puente. En fin, como siempre, gracias y te reitero : me gustó- Besos

  3. Silvia Fernández dice:

    Gracias, Cristina por este texto. Inmersa en el ambiente que decribrís a través de tu tentadora prosa, no pude menos que buscar en youtube videos de esta mujer maravillosa. Bellas tus palabras y bella su música.

  4. Claudia Torre dice:

    Como Eduarda Mansilla, mirando serena los States. Muy lindo. Muy muy lindo. Gracias Cris.

  5. crisiglesia1 dice:

    You welcome, Claudia! Gracias por comentar.

  6. Graciela Batticuore dice:

    todo Nueva Orleans me sacude en tu música, Cris, en las ondulaciones de un río.
    Me encanta, graciela b.

  7. crisiglesia1 dice:

    gracias Gra!


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